Yo soy, en el fondo, un geek. Crecí con un teclado bajo el brazo. En mi casa hubo un computador desde que tengo memoria. Desde esas tempranas épocas recuerdo las olas del cambio, algo que hoy en día damos por sentado, pues qué diferencia hay entre el iPhone 12 al 13 al 24. En ese entonces, actualizar el computador significaba, verderamente, nuevas posibilidades, como instalar Príncipe de Persia 2, ahora a color y con una cantidad de mundos que requerían de 4 disquetes en lugar de uno.
En otra ocasión pasamos del clásico sistema DOS a Windows 3.1. Atrás quedaron los días de buscar directorios ciegamente tecleando cd y dir hasta encontrar el codiciado fichero sokoban.exe y entraríamos en la época del mouse, reemplazando dichos comandos con el intuitivo gesto de hacer doble clic en figuritas para navegar y lanzar programas.
Un día llegó un curioso aparatico, un apéndice electrónico que en vez de ir dentro de la torre se conectaba a la línea de teléfono: el módem. Su llegada al hogar redefiniría dinámicas familiares, pues ya no tendría mi mamá el monopolio de la línea, sino que tendría que compartirla con dos adolescentes que exigían mantener el teléfono colgado, a riesgo que se cayera la conexión y consigo se perdieran importantísimos bytes de una canción mp3 o un emulador de juegos de Gameboy.
Con la llegada del internet empezaron mis tempranas excursiones en el mundo de la piratería, principalmente impulsadas por mi afinidad hacia los videojuegos y donde obtendría el primer vistazo del mundo de las comunidades en línea. Había mucho qué hacer y qué aprender para lograr instalar los últimos juegos del mercado: probar emuladores, descargar archivos con nombres tenebrosos, buscar los dichosos cracks , meterse al registro Windows y cruzar los dedos para que en toda esta expedición no infectara el computador de la casa con algún terrible virus informático. Y si sí, pues arreglarlo. Todas estas aventuras no hubieran sido posibles sin la ayuda de generosos avatares que publicaban guías relatando el paso a paso a seguir para jóvenes piratas. En momentos críticos, me atrevía a pedir ayuda en espacios conocidos como foros donde, sorprendentemente, me contestaban.
El único requisito para unirse a estos espacios de intercambio intelectual era llenar un formulario con dos simples campos, nickname y password. Así fue que poco a poco encontré mis esquinas favoritas en ese barrio virtual que era la web de los años 2000. Daba vueltas por Taringa cuya variedad en guías de software abarcaba desde Encarta hasta el último Age of Empires. Visitaba juiciosamente GameFAQs para orientarme en juegos cada vez más complejos gracias a esas detalladas guías decoradas con arte ASCII. Pasaba tardes enteras en Reddit o Dig leyendo las últimas noticias, curando mi home feed para contar cada día con nuevos enlaces de interés o descendiendo por el agujero negro de la sección de comentarios, que más de una vez terminaría llevándome por los callejones oscuros de 4chan. Además de una docena de foros en distintas páginas, pues juego que se respetara contaba con un lugar para su comunidad, donde unos pocos creaban contenido, algunos más participaban de la discusión y muchos otros consumían lo que compartían los anteriores.
Pues, como bien sabemos, el valor de una comunidad viene de sus miembros. Si bien no todos tenían el conocimiento para crear contenido original, tampoco era necesario. Bastaba con estar presente, participar de las discusiones, dejar una respuesta a alguien buscando ayuda. En consecuencia, me terminé viendo involucrado en distintos roles, como moderador de subreddit, curador de guías, reclutador y, notablemente, miembro de clan: grupos alrededor de un videojuego que se reunían para inventarse retos, competir, compartir estrategias, en fin.
La magia de las comunicaciones en tiempo real nos trajo las salas de chat. Gamespy, en particular, permitía jugar en modo multijugador sin necesidad de estar físicamente en el mismo lugar, con el mismo cable. Así es que, parchando tardes enteras en las salas de Commandos terminaría conociendo los miembros del clan SASS, a quienes llegaría a llamar en esa virtualidad, mis amigos. No hacía falta preguntamos nombres, edades ni géneros. Simplemente no era importante, estábamos ahí para otra cosa. Aún así, recuerdo rasgos de los que frecuentaban la sala por aquellas épocas. Delphi siempre fumaba antes de iniciar una partida, debía ser mayor y vivía en España. Kenny salía a vacaciones al mismo tiempo que yo, seguramente estaba en el colegio y escribía mucho ctm, era peruano. Arlo era más joven y debía pedir permiso a sus padres para jugar hasta tarde. Willy era más competitivo pero hablaba poco, sospechaba que era una chica. Como es normal en toda sociedad, no todo era alegría y amor. Había conflictos de vez en cuando, secretismo, personas enemistadas que no podían estar del mismo lado. Al final detrás de cada nickname estaba lo que cada uno quería mostrar y lo quería ser en ese espacio.
La memoria es traicionera, tal vez recuerdo mis tiempos en SASS como una época más larga de lo que fue. En todo caso, el juego fue muriendo lentamente, a pesar de los intentos esporádicos de Kenny por revivirlo cada verano. A él y algunos otros los seguí viendo en otros juegos a medida que migramos. Arlo y yo, en particular, nos dedicamos los siguientes meses a un nuevo juego de batallas navales de 30 contra 30 jugadores que me introdujeron, tímidamente, a los clientes de voz. No mucho cambió con esta nueva capacidad. Mi lista de contactos seguía siendo una serie nicknames junto a la lucecita de estatus.
Se podrán imaginar, entonces, mi confusión por allá a eso del 2007 o 2008 con el despertar de lo que hoy vendrían a ser los primeros ejemplares de las redes sociales, empezando por MySpace. Un lugar que no podría describir de otra forma que un altar dedicado al yo, cuya cualidad más destacada era la personalización para decorar y exponer un rinconcito del internet como propio. Una prominente foto de perfil, un fondo colorido que hiciera alusión a tu personalidad, una cajita con tus artistas y canciones favoritas y por supuesto una descripción de ti mismo. Nunca me animé a crear una cuenta.
Poco después Facebook, mostrándose como una opción más sobria con su fondo blanco y textos azules, exigiendo una validación de nombre, colegio o universidad, lograría capturarme a mí y mis datos. Armado de esa información, terminaría por estandarizar el sancocho de perfiles en línea que dejó su antecesor, que si bien daban espacio al desarrollo de la personalidad, atacaban cruelmente la retina y el oído. Bajo el rótulo de Nombre Apellido, comencé a descubrir las capacidades de la plataforma: comparé número de amigos con mis pares, jugué tetris, creé grupos para compartir las primeras fotos de celular, participé en algún otro para quejarnos de los profesores del colegio que rápidamente fue descubierto, sancionado, y cerrado... en fin, aburrido.
La hegemonía de facebook continuó y con ella aumentó mi consternación al ver el comportamiento de nuevos cíber ciudadanos que no tuvieron el cuidado de estudiar las normas no escritas del mundo virtual. Abundaba el mal uso de terminología, abreviaciones e imágenes que a mí me requirieron una investigación casi arqueológica por largos hilos de 4chan y reddit a riesgo de pasar alguna vergüenza en uno de esos espacios por mi ignorancia.
Pero el internet no respeta nada, es como el lenguaje. Es lo que es hoy en día, no lo que alguna vez fue. Rápidamente estas redes sociales empezaron a verse inundados de memes fuera de contexto, una avalancha de imágenes pescando likes. 9GAG se encargó de introducir a esta nueva ola a la tipografía _Impact_ para subtitular al Philosoraptor y al Insanity Wolf. Y por supuesto que yo también me reí con aquellos memes, cómo no, si eran divertidísimos. Pero una temprana voz de nostalgia empezaba a gritar desesperadamente dentro de mí: "¡Paren! ¡Lo están haciendo mal, así no funciona el internet!"
14 billones de likes después, llegamos a nuestra época moderna donde la avalancha de contenido en busca de likes ya no consiste de imágenes sino de videos de menos de un minuto. facebook es prácticamente un moridero de millones de perfiles carentes de la actividad y el contenido que alguna vez les dio vida. Migramos nuestras fotos, al menos mi generación milenial, a Instagram, el cual me ofende en menor medida. Por atrevido, porque su algoritmo insiste en conocerme mejor que yo mismo. Igual participo como se acostumbra en mi círculo social, exponiendo mis hobbies, mascotas y viajes. Sin embargo le hallo poco encanto. No hay exploración. No hay descubrimiento. Cómo, si cada vez que lo intento me distraigo con algo fácil. Me atrevo a decir, que nunca he aprendido nada en aquella red. Mentira, alguna vez hice una receta de pasta alfredo en 60 segundos. O quizas la vi en Youtube, ¿quién sabe?
Si bien hay algo psicológico que desbloquea el sentirse anónimo y liberarse de la avatar personal del día a día, tampoco pretendo afirmar que el anonimato es garantía de fomentar buenos espacios en línea. Basta con voltear a mirar twitter, donde entre los intentos de discusión minuciosa son rápidamente asaltados por trolls de etiquetastipo @falcadinho9087 listos para generar zozobra y recolectar likes como si fueran monedas de Súper Mario con comentarios cada vez más incendiarios. Aún así, he de admitir que he encontrado burbujas agradables allí, donde he vuelto a sentir la afinidad de intereses comunes, el compartir de ideas y proyectos... pero es cada vez más difícil y las burbujas se estallan fácilmente.
Y no sé ni qué decir de LinkedIn, esa catástrofe virtual donde todos proyectamos algo que no somos, que tampoco queremos ser pero que de alguna forma creemos que es lo que las "empresas" quieren ver de nosotros, sus futuros trabajadores. Un lugar donde no solo tengo que proyectar una imagen personal, sino profesional, quizás la más falsa de todas las proyecciones humanas en el día a día. Su contenido es un río insoportable de pseudo intelectualismo donde se reciclan las mismas ideas una y otra vez... ¿para qué? Es que ni los likes importan allá. Alguna vez escuché influencia. Háganme el hijueputa favor. Por allá en mis época de reddit llamábamos a este comportamiento circlejerk, le queda perfecto.
Queda en mí una sensación de zozobra, de que mis interacciones virtuales bajo el inocente nickname de mi adolescencia fueron mucho más auténticas que cualquiera que he tenido bajo mi nombre de pila en las redes sociales. Pero todo cambia y el internet que rememoro dejó de existir hace ya un buen tiempo. No puedo evitar pensar, con algo de remordimiento, lo que se pierden las nuevas generaciones al no gozar del libre desarrollo de la anonimidad.