El camino a Isla Sigma

El culto Elon

24 Mar 2025


Siempre me ha parecido fastidiosa la adulación, quizás porque estudié en colegio católico. No solo en cuanto a figuras religiosas, en realidad nunca se me dieron del todo bien situaciones en las que tuviera que rendir tributo a la autoridad. Fueran profesores, directivos o bullies más de una vez me vi en aprietos disciplinarios por querer establecer, con palabras ya que mi tamaño no me lo permitía, que pensaba llevar dicha relación en términos de igual a igual. El problema es que muchas, en el fondo, no lo eran, lo que me causó (a mí y en especial a mis padres) más penas que alegrías en aquella época escolar.

Por cosas del destino, afortunadamente terminé trabajando en una industria que adoptó esa cultura de irreverencia como parte de sus valores fundamentales: los emprendimientos de tecnología. Así lo cuentan las historias del génesis de la escena en California y Silicon Valley. Desde los rebeldes investigadores Dennis Ritchie y Ken Thompson que, en lo profundo de Bell Labs, crearon la base de los sistemas operativos modernos, no porque les dijeran que debían hacerlo, sino por frustración con el proyecto en el que participaban. Pasando por los icónicos Steve Jobs y Steve Wozniak, quienes entre bromas pesadas, ingeniería y audacidad para los negocios, terminarían fundando Apple bajo el slogan think different. Hasta los tiempos de Mark Zuckerberg y Facebook, con la idea de move fast and break things. Son numerosos los ejemplos de éxito de emprendedores que lograron cosas increíbles por no conformarse con el status quo, remangarse y hacer las cosas de una forma diferente.

En el fondo de eso se trata la tecnología y el desarrollo: de usar nuevas herramientas para resolver problemas existentes de una forma que nadie se había imaginado antes. De vez en cuándo, uno de esos problemas es suficientemente grande o afecta a suficientes personas para que se produzca un cambio en la sociedad, una especie de efecto colateral. O cómo nos gusta llamarlo hoy en día, disrupción. Una de las palabras que generalmente acompañan a Elon Musk.

Dado mi recuento anterior sobre grandes personajes de la tecnología y mi admiración por muchas de ellas, entendería si pensaran, hasta ahora, que me agrada la idea de que una de las personas más prominentes de Silicon Valley de la década tome protagonismo en la política de Estados Unidos, bajo el gabinete de Trump, y expanda sus ideas disruptivas al gobierno norteamericano.

Pero no, francamente me resulta insoportable verlo ahí.

No quiero entrar a enumerar los méritos y desaciertos de Musk en su largo historial como emprendedor. Existe una extensa bibliografía al respecto. Tampoco quisiera juzgarlo sobre su carácter y personalidad, pues en lo poco que hemos visto, es lo opuesto a carismático. Pero incluso si tuviera una gran habilidad política, su protagonismo en este nuevo gobierno no me dejaría de incomodar. Se siente falsa y fuera de lugar. Es como si hubiera un obispo con sotana y anillos a la derecha del presidente, susurrándole al oído cada tanto, solo que en este caso Musk no es un emisario de la iglesia sino del capitalismo.

Pero esos mismos valores que son motores de la innovación y el desarrollo no necesariamente se alinean con el ejercicio de un estado. El concepto de disrupción, por ejemplo, choca directamente con un aparato burocrático que es lento por diseño. Tesla y SpaceX lograron transformar las industrias aeroespacial y la automotriz. Me atrevo a decir que, como mínimo, Tesla llevó la percepción de que los carros eléctricos podían ser una realidad hoy. La historia de SpaceX aún está por escribirse, pero es innegable que ver un cohete dar una vuelta por el espacio y aterrizar en una base para que despegue nuevamente es algo que solo habíamos visto en libros de ciencia ficción. Pero el costo en capital humano y económico fueron gigantes y dejaron a su paso una traza de demandas de abuso laboral y malas prácticas de empleo.

Que estemos viendo cómo alguien en tiempo real, apalancado de billones de dólares, se compra un puesto preferencial en el gobierno paladín de la democracia es descorazonante. Pretender que alguien puede desmantelar las reglas de juego actuales bajo la bandera de la eficiencia sin causar un daño colateral masivo es ridículo. Lo que emputa, es que no lo hacen por ignorancia, al contrario, los que están detrás de esta iniciativa de DOGE tienen muy claro que va a haber consecuencias, solo que no las van a vivir ellos.

Parte del engaño que nos traen este par de personajes es una idea que se ha puesto de moda desde el primer mandato de Trump, y es que un país se puede (y debe) manejar como una empresa. Por lo tanto, el que es buen empresario será buen gobernante. El problema con esa premisa es que un país es un estado y un estado funciona para su gente, no para una junta de accionistas. ¿De qué nos sirve un gran empresario en esas instancias? Apenas pasaron cinco minutos del anuncio de las elecciones para que Elon quedara inmortalizado haciendo un saludo nazi. Intencional o no, es difícil pensar en una habilidad política más pobre que la que ha desplegado desde ese entonces.

No obstante siempre hay una explicación enmascarada en buenas intenciones, como el mencionado saludo, o en algún plan maestro que los demás plebeyos no logramos entender. Porque con par frases preparadas acerca de los sistemas del seguro social gringo, ya Elon comenta en su red X como un experto en sistemas transaccionales. Me puedo creer que tiene una capacidad de aprendizaje excepcional. Que sabe de cohetes. Que sabe de carros y motores eléctricos. Hasta que de pronto sabe de redes sociales, tras dos años de la adquisición de twitter. Pero no me crean tan marica de aceptar que dos semanas de haber arrancado el gobierno, el tipo ya encontró la forma de arreglar el fraude del Seguro Social gringo con la propuesta de que los números deberían ser únicos. Genio, a nadie se le había ocurrido hasta ese momento.

Es demasiado ego en una sola persona, con demasiado poder. Porque es un billonario y no funciona bajo las mismas reglas del resto de la sociedad, no tienen consecuencias por sus actos porque lo pueden arreglar con dinero. El problema, es que también lo es Trump. Y ya hemos empezado a ver las grietas de esta linda amistad que los llevó al poder. El impacto en las acciones de Tesla. Más allá del show mediático, el sinsabor es que de una pelea de este par de mega bullies multimillonarios el daño colateral lo va a pagar el resto del mundo.

Así es como llego a la pregunta inicial que me inspiró a escribir este artículo. ¿Cómo es posible que, de todas las figuras públicas, haya gente que defienda a Musk a capa y espada? ¿Qué clase de secta está durmiendo con una copia del libro de Walter Isaacson bajo el brazo exaltándose con la brillantez de su protagonista en cada página?

Para mi desilusión, muchas de aquellas figuras que seguía en el difunto twitter. Mis admirados líderes del mundo de la tecnología, creadores de lenguajes y herramientas que me permiten trabajar en mi día a día. Duele ver cada tanto a una nueva figura quitarse la máscara de la equidad y entregarse a este nuevo liberalismo de derecha. Porque la igualdad ya fue demasiado lejos y ahora hay que sobre compensar con... ¿opresión?

Para terminar, se habla de campañas de desprestigio en contra de Elon. Un ataque organizado para frenarlo, por parte del establecimiento, porque este señor está atacando la corrupción y los corruptos van a tratar de impedirlo. La verdad, puede que sí. Hoy en día hay campañas a favor y en contra de cualquier cosa. Pero no me va a dar lástima que desprestigien a alguien que tiene su propia red social y que indiscriminadamente le da más visibilidad a lo que el mismo dice. Es otro nivel de cámara de eco.

Por eso me fastidian los seguidores de Elon. Por eso, pienso que debemos someterlo al escrutinio más grande que sea posible. Él se instauró como figura política. Él compró una red social para promover su candidato. Él se piensa proclamó a sí mismo como mesías de los EE.UU.

¿Al servicio de quién está Elon Musk?


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